lunes, 27 de septiembre de 2010

Miqueas 6,8

Mucho se habla hoy en día de falta  de Justicia, y es natural cuando vemos tanta violencia, corrupción e impunidad. Nos sentimos solos, no confiamos en nuestras instituciones encargadas de la administración e impartición de justicia, o por lo menos las creemos superadas, sin estrategias bien planeadas, vaya, en el mejor de los casos son a veces respondonas. Quizás,  tal desanimo ha motivado que la búsqueda de justicia se vaya convirtiendo en deseos de venganza; Surgen frases como: “Que los desaparezcan” “Que les apliquen la ley fuga” “En el penal lo van a violar” “Que les secuestren o maten a un familiar para que sientan” “Que se aplique la pena de muerte” “Que les torturen” “Que se maten entre ellos” , etc., todo ello es motivo de alarma y deberíamos preguntarnos ¿endurecernos, deshumanizarnos, es la vía correcta?, ¿Es el camino de Jesús?
Debo reconocer que a veces me muestro contrariado cuando en algunos círculos escucho que el combate a los problemas de justicia debe hacerse recuperando valores y con oración (ambos imprescindibles sin duda) y no escucho hablar de combatir la pobreza, la segregación, discriminación, de recuperar a los jóvenes que aún queriendo no tienen acceso a la educación, de vivienda y espacios dignos, un real respeto a los derechos de la niñez, a los derechos laborales, derechos humanos,  etc., etc.. 
Existen estudios que afirman que el problema de inseguridad tiene sus raíces en la injusticia social. Si fuese así, estos son terrenos donde todos podemos sembrar, debemos sembrar.
Yo descubro en los evangelios a un Jesús preocupado por las injusticias y que aborda el problema con un enfoque básico, restaurando la dignidad del prójimo, restituyendo al prójimo al mundo. El ejemplo más claro está en la pecadora a quienes buscaban apedrear y a quien Jesús no necesita perdonar, porque no la condena, sino que la reintegra a una sociedad no exenta de pecado, dándole la oportunidad que tantos pecadores deseamos, la de volver a empezar.
Hace algunos años cuando iniciaba mi camino de fe con un corazón ardiendo después de un encuentro con el Señor, quería vivir mi conversión con estrechez, con mira corta, enfocándome solo en lo que no debía hacer, es decir en no volver a mis viejos hábitos, portarme bien pues;  fue entonces cuando un sacerdote tuvo a bien darme "en penitencia" un papel que tenía escrito lo siguiente: “Miqueas 6,8 “, nada más.  Llegue ese día a casa, saque mi biblia y leí que la cita contenía lo siguiente: “El te ha declarado oh hombre, lo que es bueno, y que es lo que espera de ti: que hagas justicia, que ames con misericordia y ser humilde ante Dios”.  Esta cita marcó mi vida cristiana, le dio sentido a mi caminar terreno y a mi esperanza divina.
¿Que justicia ves?... Recuerdo en una reunión social en un elegante restaurant de la ciudad, un joven directivo de una importante compañía internacional que tenía ya 8 meses de vivir aquí me dijo que lo que más le gustaba de Monterrey era que aquí no había hambre, ni injusticias, reduciendo así, casi de facto, el mundo a su propio entorno.
¿De qué tamaño es nuestro mundo? ¿Qué alcance tiene nuestro entorno?  ¿Que realidades nos afectan?
Yo propongo iniciar en oración nuestro combate por un mundo mas justo, y desde ya, va de inicio una propuesta de oración:
Señor no permitas que meta mi mano al bolsillo, sin antes ver a mi hermano necesitado a los ojos, amarle, conocerle, abrazarle, ganarme su amistad.
Señor haz que me duela, la realidad del otro, del que sufre, del que padece injusticia, hazme acompañarle, caminar con él hasta el final.
Señor dame ojos grandes para ver que el niño en la calle, el migrante, la mujer maltratada, los ancianos, el enfermo, y tantos que sufren, son también mi mundo, mi realidad.
Señor dame una voz de profeta, que me impulse a decir al mundo que hay mucho por hacer por los demás, por nosotros,  y que sumando venceremos.
Señor permíteme escucharte en la voz del hermano que clama fuerte por ayuda y también por el que grita en silencio.
Por último dame el valor de buscar la justicia por los demás, de amar en los demás y de que tu voluntad se haga en mi humildad, como dice el profeta Miqueas.
Rezamos y agradecemos juntos!!

¿Dónde está tu hermano?

20 Septiembre 2010
Esta semana que pasó hubo entre muchos un acontecimiento que me causo profunda conmoción y tristeza, tiene que ver con el crimen de un estudiante de psicología hace mas de 2 meses y que ahora se sabe fue un compañero suyo quien decidió pagar para que le quitaran la vida, ¿el motivo? Una historia de celos y envidia según relataron a un medio local amigos del presunto responsable.
Pienso en los amigos de este estudiante y su actitud frente a los sentimientos negativos que expresaba o exhibía. ¿Le aconsejaban? ¿Se solidarizaban con él? ¿Eran “prudentes" y no le decían nada? ¿O simplemente no querían comprometerse “comprando” broncas ajenas? Vamos al meollo, ¿Podría alguien cercano a este estudiante, ahora criminal, haber cambiado el rumbo de las cosas?  ¿Salvado una vida?
Lo anterior nos lleva a una pregunta central: ¿Hemos perdido el sentido de fraternidad; o bien la hemos limitado a una convivencia solo en lo positivo? En el Antiguo Testamento existe una frase tan fuerte como violenta que tiene una actualidad que asusta o por lo menos debería preocuparnos, ¿Es que acaso soy yo el guardián de mi hermano?.
Se me viene a la mente los hogares en el que el tiempo de frio provoca que duerman varios juntos en una misma cama, aprovechando así la suma de colchas, pero sobre todo el calor de los cuerpos. Está claro que estamos pasando fríos como sociedad, y en lugar de “juntarnos” nos sentimos miedosos, inseguros y nos resguardamos del prójimo, o bien entramos en nuestras zonas de confort, donde no se arriesga, pero tampoco se espera nada. La actitud de Jesús a lo largo de los evangelios da cuenta de una formula “atrevida” que busca involucrarse en la realidad “del otro”. Zaqueo, la pecadora, la samaritana, etc., lo mismo que con los fariseos, publicanos, centuriones, etc.  Jesús los conoce, escucha, busca conocerlos, porque solo así se puede amar, se puede ayudar, se puede ser fraterno y solidario.Jesús nos propone no hacer oídos sordos a las necesidades del hermano, a su dolor.
Recuerdo hace algunos años haber tenido una desavenencia con una persona de grupo de amistades, me sentía enojado y ofendido, sin embargo deseaba reconciliarme, y no hubo una sola persona que ayudara a la reconciliación, nadie se comprometió, a todos les pareció que lo mejor era no meterse, o quizás algunos pensaron que otro lo haría o ayudaría, cosa que no pasó, y aquel pleito tuvo sus efectos colaterales. Si alguien me hubiese propuesto una tregua, un perdón sin condiciones, yo habría aceptado de inmediato, aún siendo yo el ofendido. Al final a falta de herramientas humanas, Dios hizo uso de sus herramientas divinas.
La biblia describe el sentido amplio de fraternidad en el siguiente versiculo: «Si ves caído en el camino el asno o el buey de tu hermano, no te desentenderás de ellos, sino que ayudarás a levantarlos» (Dt 22,4)
La fraternidad  es la fórmula para superar muchos de los problemas que nos agobian hoy en día, y estoy convencido que cuando respondamos con certeza a la pregunta ¿Dónde está tu hermano? Habremos dado el paso más trascendente en nuestras vidas, el paso al reencuentro del hombre y del hombre en esencia perfecta  con Dios.
Rezamos juntos! 

¿Estamos enojados con Dios?

14 de Septiembre de 2010
Recuerdo cuando por allá de principios de los 80`s tuvo un enorme éxito  en la radio una canción muy peculiar de José Luis Perales cantautor español que llevaba por nombre “Dime”. Para muchos era una canción de protesta a Dios, la letra era y sigue siendo fuerte...”Dímelo Dios quiero saber, dime porqué te  niegas a escuchar”… “Porque los ríos ya no cantan, porqué nos has dejado solos…”. Las pobres realidades humanas apuntadas en la canción, son aún cuentas pendientes: Falta de armonía, la violencia, la guerra, niños maltratados, ancianos abandonados, desequilibrio ecológico, contaminación,  pobreza extrema, armas destructivas, la injusticia, la censura, etc.
¿Se siente el hombre abandonado por Dios? ¿Está enojado con Dios? Pienso en el pueblo judío, particularmente en el Antiguo Testamento, en el que su sufrimiento,  espera y sentimiento de abandono, les causaba enojo tal que una y otra vez le hacía renegar de Dios, incluso buscar otras opciones de Dios, como el caso del becerro de oro del libro del Éxodo. Me queda claro que en nuestros tiempos los hombres seguimos fabricando becerros de oro, no esperamos a Dios; materialismo, ocultismo, hedonismo, y tantas cosas más; da la impresión de estar siempre de prisa, citando al maestro Benedetti : “Hay siempre tanto que no llega nunca”.
El miedo avanza y con ello el enojo, a quienes nos toca conducir en esta ciudad, podemos darnos cuenta del enojo que tenemos, la piel es cada vez más delgada, más sensible. Citando un clásico diríamos que “el miedo conduce a la ira, la ira conduce al odio, el odio conduce al sufrimiento”.
Aceptamos que el miedo y el enojo son respuestas naturales, pero las enfrentamos caminando en un sentido opuesto a Dios, utilizando formulas nada efectivas ya probadas desde tiempos de Moisés; la frustración y el enojo deben ser combatidas con esperanza, comprensión, perdón, armonía, alegría, confianza y el miedo debe ser derrotado con FE.  Timoteo 1:7 Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.  Nada es imposible para Él.
Finalmente ni Perales permite ruptura con Dios cuando afirma… “aún queda alguien que tal vez rezará”…
¡Recemos Juntos!

Aun hay esperanza

 9 de Septiembre de 2010

Vivimos rodeados de violencia, y nos volvemos violentos.Se llama contagio. Nuestra capacidad de asombro se diluye, se evapora, se quiebra.  Y justo cuando la desesperanza amenazaba con asaltarnos por completo, al norte de Chile, sucede una tragedia, un accidente en una mina, que provoca que 33 mineros queden atrapados a 700 metros bajo tierra con un pronóstico nada halagador. Como muchos recordé a los 65 mineros de Pasta de Conchos por quienes en el año 2006 poco se pudo o quiso hacer ya que a solo 6 días del desastre se “decidió” que la posibilidad de vida era nula acabando las labores de rescate a una distancia y profundidad mucho menor que en Chile.
Para fortuna de los mineros chilenos y de la humanidad entera, a diferencia de Pasta de Conchos, en Chile se decidió por una estrategia “diferente”, la estrategia de la Esperanza, la de la insistencia, la de la lucha, la del amor;  y rindió frutos; 17 días después se confirmó que los mineros siguen vivos, en el tubo de la perforadora escribieron a tinta roja “33 vivos, estamos bien”.
 Pienso en los millones de dólares que se “perderán” een la mina en los siguientes meses al rescate, y mucho pienso en la  balanza; la misma balanza de los Evangelios de Mateo y Lucas, cuando Jesús limpia al endemoniado de Gerasa que vivía en los sepulcros apartado de la gente, y cuya sanación dio como saldo la muerte de 2 mil cerdos, provocando tal monumental “pérdida económica”, que pidieron a Jesús salir de aquel territorio. 2 mil cerdos por un hermano es un precio muy alto para algunos, para Jesús el valor de uno solo de los hombres, de nosotros, lo merece todo.
En Chile la balanza ha estado siempre cargada al ser humano, al rescate, he visto los rostros no solo de los familiares de los mineros, ni del pueblo chileno, sino de muchos congratularse por dar espacio al amor, por el valor incalculable de la vida. El milagro de Chile no es un circo, nadie lleva mano, se trata de una acción convencida, humana, digna, que promete, que invita y que llena de esperanza.
27 días después del accidente nuestros hermanos mineros tomaron su primer comida caliente, y nosotros con ellos bendecimos, damos gracias y volvemos a creer. El hombre contiene a Dios, refleja a Dios; Para el hombre “Aún hay esperanza”.

¿Qué ve Don Emilio?

31 Agosto 2010
Cabello canoso, de ojos pequeños negros y profundos, se encorva al caminar con su bastón, y siempre que lo he visto usa unas viejas sandalias. Lo había visto antes en la parroquia, pero nunca lo había observado y menos había imaginado que tuviera tal edad.
Fue en una hora Santa en que llegué y note su presencia en la tercera banca, lo vi de rodillas durante casi toda la hora santa y debido a su notable vejez, me sorprendí mucho; Le vi su mirada fija en la presencia de Jesús Eucaristía, nada le distraía, ni los niños aquellos que jugaban dos bancas delante de él, ni las dos o tres personas que entraron y salieron del sagrario durante la hora santa. Algo vi especial en él, y durante aquel tiempo estuve observándolo; cuando  el Sacerdote retira a Jesús de la custodia  Don Emilio observaba fijamente de rodillas, entonces pude ver que veía algo más que muchos de los que estábamos ahí, le vi seguir con la mirada atenta de enamorado al custodio del pan consagrado, durante su recorrido hasta el sagrario que estaba justo frente de él; yo miraba absorto a aquel hombre viejo, cuyas fuerzas físicas eran superiores a muchos de los que estábamos ahí y a quienes las rodillas nos reclamaban descanso. Cuando nos pusimos de pie mi primer impulso fue el de ir a su lugar y ayudarle a ponerse en pie, y justo avanzaba hacia él cuando apoyado por su viejo bastón lo hizo él solo, y así a paso lento poco a poco se fue alejando de aquella parroquia. Esa noche me sentí nuevamente evangelizado…
Yo esperé en la parroquia al sacerdote  con quien tenía una cita previa, y le narré lo sorprendido que quede con aquel anciano; el sacerdote me sonrió y me dijo: “Don Emilio tiene 106 años, viene a misa todos los días, y además viene a todas las misas, a la de la mañana y a la de la tarde, nunca falta a una cita con el Señor, es su alimento más importante del día, como si fueran sus dos comidas”. La revelación de la edad de aquel hombre me hizo dar gracias a Dios por permitirme a mí también “ver”.
Cada vez que voy a misa a esa parroquia, ahí está Don Emilio, con sus más de cien años concentrados en la mirada, esa mirada fija en el altar, en Jesús, en mucho más, sin prisas y sin pausas, un enamorado seguro, cierto de ser correspondido, amado y acompañado, todo en un silencioso acto. Y aunque deduzco algunas cosas, mi corazón siempre se pregunta: ¿que ve Don Emilio?